Antología poética


AL DÍA SIGUIENTE

La habitación cegada navega a la deriva
en un mar de noviembre; ventanas con verdín,
escotillas de cieno, y lodo en la recámara.

Escribiendo en el agua de un lago ya perdido,
soportando borrascas y nieve y huracanes,
aparece la sombra de un buzo incorregible
con vidrios de tristeza que ponen sordo el día.
Entonces la mañana de un nunca desdeñado,
opaca y sigilosa, se retira sin pleito.

Es el mar de noviembre almacén de congoja
que la lluvia resume sin que pueda impedirse.


CLUB NÁUTICO

En el dique hay un yate meciéndose
y una brisa serena que añade
a la tarde con flama este clima
de sosiego y reparo.
Mas el ruido continuo de anillas
nos indica que el mundo está cerca
y su roce metálico rige
una fuga forzosa.
Con las velas de lona escondidas
y los fondos expuestos al aire,
se parece ese barco a un cadáver
‑reluciente, desnudo, severo-
del que sólo supieras el nombre,
como ocurre con todas las cosas
aunque nadie lo piense.

El sonido del mar ya no existe,
la pasión de viajar se ha perdido.


PAQUETE EXPRÉS

Territorio sin postas ni telégrafo,
donde apenas si existen los hoteles:
asolados presentan un paisaje
de pasillos inciertos y salones
con sabor a humedad. Nos dan noticia
de un mundo que cambió de domicilio
borrando del registro cualquier rastro.
Todo tiene su precio cuando huyes.


[De El buzo incorregible (1988)]


CATORCE DE MAYO, SÁBADO

Pierden plumas los pájaros que vuelan
y abandonan su suerte en las regiones
donde anidó un pasado ineficiente.

Atravesando un cielo sin fisuras
pierden plumas los pájaros: lo saben,
mas lo olvidan tranquilos cuando vuelan
y anhelan atinar con la salida.

Recobrarán de nuevo su plumaje
en otras latitudes y en las plazas
vuelan sueltas las plumas que perdieron.


TREINTA Y UNO DE MAYO, MARTES

Es fácil tropezar cuando se huye
camuflado en la bruma inacabable
de una vida sin vuelo ni rizada.

Es fácil tropezar y no apreciarlo
hasta un tiempo después: como la herida
que, de un golpe sutil bajo la ropa,
sangra sin que se note hasta que alcanza
a manchar en silencio la camisa.

De ese modo tropieza aquel que huye:
con la mirada atrás, sin hacer ruido.


SEIS DE JUNIO, LUNES

Se aleja el horizonte si te acercas,
parece que te espera si lo miras,
y así también ocurre con los sueños:
siempre están cerca, y lejos, y no existen,
como luces de estrellas que se esfuman
al llegar insolente la mañana.


VEINTIUNO DE SEPTIEMBRE, MIÉRCOLES

Algunos sueños flotan en estancias vacías
donde los ojos vagan, prisioneros y solos,
en busca de un sosiego imaginario, inútil.

El calendario mientras conserva entre sus líneas
el valor del pasado y el precio de unos días
que se acaban y vuelven, incansables y turbios.

El verano se escapa, el invierno no acude,
y los sueños esperan ocupando un vacío.

[De El precio de los días (1991)]


DE DUDA

Tal vez la nieve, cuando caiga luego
y deje en el paisaje una noticia
tan volátil y efímera que nadie
con el paso del tiempo la recuerde.

Tal vez la nieve, si cayera ahora
como una pausa dócil que trajera
mudanza y novedades, horizonte.


ENTRE EL RÍO Y LA ROCA

Si encontraras un copo de nieve duradera,
tan solo como el aire, tan vagabundo y frágil
que casi no existiera,

si encontraras un copo de nieve en la maleza,
entre el río y la roca esperando paciente
el regreso del mundo,

si encontraras un copo de nieve razonable,
el corazón podría reparar lo perdido,
regresar sin herida.


NIEVE VARIABLE

La nieve que descubre la llanura
en los meses de invierno.
La que cae de improviso y no llega a cuajar.
La que lo deja todo empapado y tranquilo.
Aquella que termina convirtiéndose en hielo.

La nieve que se queda abandonada
encima de los autos aparcados en fila.
La que cae con sigilo en las noches de enero
mientras la gente duerme sin saber lo que pasa
y el viento tenue roza esquinas y perfiles.

La que a veces miramos, escondidos, de lejos.
La que siempre estuvimos aguardando y que nunca
se atrevió a suceder.
Aquella que enterraba los caminos difíciles
y de la noche hacía para siempre un refugio.

[De La nieve blanca (1995)]


LA HERIDA DE LAS COSAS

De las cosas que pasan sólo miras
aquellas que te hieren:
el desdén o la envidia, la destreza
para sembrar de sombra cualquier sueño.

Y las cosas te hieren sin que puedas
oponerte, evitarlo,
sin que logres mirar para otra parte
o hacerte el distraído.

De las cosas que pasan sólo miras
aquellas que más duelen:
las que buscan ventajas o mentiras,
las que no valen nada.

Si pudieras verías
las cosas que te enseñan
la otra cara del mundo:
las que pasan sin hacer casi ruido,

las que brillan muy poco y te desvelan
la calma de la luz del horizonte,
el sosiego de una tarde tranquila,
de unos labios sin filo.

Pero tus ojos miran
sin calcular el daño,
y el daño sigue su labor de zapa.


EL NOMBRE DE LAS COSAS

Hay sitios en los mapas cuyo nombre
apenas si se mira,
sitios desconocidos
a los que nunca iremos.

Y en los sitios hay huellas de una historia
arrumbada y difícil,
una historia sin nombre
donde el mundo naufraga cada día.


UNA TREGUA

He perdido batallas
en las que nunca estuve,
guerras a las que no acudí.

He malgastado tardes
delante de un tablero
donde otras manos iban
malogrando las piezas.

He recibido cartas
anónimas pidiéndome
rendición o rescate.

Alguien se acerca ahora,
al terminar el día,
y me ofrece una tregua
imaginaria, inútil:

a mí, que nunca supe
el manejo de un arma,
que nunca quise en mi casa un fusil.


CASA ESCONDIDA

Una casa sin dueño, perdida entre los álamos,
ha dejado que el agua de la lluvia incansable
habite sus estancias, derribe los aleros.

Un camino rodea la morada sin dueño:
desconchones y grietas, la polilla callada
que estará en algún sitio, y el estrago del tiempo
ocupándolo todo en la casa escondida.

Nadie busca la historia de tanta ruina inútil:
todos pasan de largo y alguien hace una foto,
sólo el agua se queda sin hacerse preguntas.



LA TRISTEZA

La tristeza era dulce cuando era un pasatiempo,
una forma de estar sin estar en el mundo,
una máscara fácil, un engaño.

Entonces la tristeza lograba que las cosas
más turbias o más tristes estuvieran ausentes.
Era un modo de ver, sin mirar, el dolor,
o la muerte, o el miedo.

La tristeza era dulce porque era gratuita,
una excusa inocente para quedarse en casa,
un escondite inútil y tranquilo.

La tristeza es ahora un testigo insultante,
compañera atrevida que llega sin aviso,
pariente inoportuno. La tristeza es ahora
tan amarga que escuece.

Surge porque la vida a veces no se porta
tan bien como debiera. Viene con causa firme
y procura, tramposa, quedarse para siempre.


EL TIEMPO ROTO


Los sueños ya no son la mercancía
de los tiempos difíciles, ni el sitio
donde nada se tuerce. Ya no existe,
aguardando detrás de cualquier cosa,
el sendero que borra la desgana
de las tardes serenas y vacías,
de la noche caduca, de los meses
sin causa, desenlace o aventura.

Y aunque el mundo regrese a lo de siempre,
los sueños no serán una disculpa,
un refugio abrigado, el cobertizo
donde guardar un resto de franqueza.

Los sueños son ahora un trapo sucio,
la habitación más vieja o descuidada,
el artificio roto que la lluvia
oxida infatigable en las afueras.


UN PAISAJE


Mira el sitio vacío
donde sólo hay arena
menuda que, agitándose
por un viento sin alma,
parece un ciervo herido
en busca de refugio
donde poner a salvo
la vida que se acaba.

Mira el sitio vacío:
arena y viento suplen
lo que alguna vez hubo.
Ni una sombra, ni un árbol,
sólo ruinas inmóviles
ofreciendo un paisaje
repetido y estéril.

Puede ser un desierto,
o el corazón tal vez.

[De El horizonte (2003)]


RUIDO CRÓNICO


                                                                                         Oyendo mi propio delirio
                                                                                                 como si fuera ajeno.

                                                                                                       (Anna Ajmátova)

I

No se percibe el miedo porque el miedo,
al principio, procura no mostrarse,
guarda silencio y vive tan despacio
que sus pasos no suenan, se camuflan
detrás de cualquier ruido. Disimulan
su miedo los que temen, disimulan
pensando pasajero lo que el tiempo
sin duda volverá definitivo:

nada dicen del miedo cuando el miedo
inicia con descaro su carcoma.

II

El miedo no hace ruido porque el miedo
se acostumbra al silencio, y otros ruidos
ocupan ese espacio y lo hacen suyo.

El miedo no hace ruido, si lo hiciera
de nada serviría; distinguirlo
es difícil en medio del estrépito
de una vida que vuela muy deprisa
y ha olvidado su causa, y no le pesa.

Nadie escucha la voz del escondido:
el miedo se contagia, nadie oye.

III

Tras un tiempo de queja o titubeo,
el miedo se conforma y no hace ruido.

Pues el miedo no logra casi nunca
audiencia suficiente: sus llamadas
provocan el recelo, y una fuga,
y la gente se va de un lado a otro,
distraída y conforme, convocada
a restaurar de nuevo el artificio.

Si dices la verdad, si estás temblando,
se alejarán de ti, no tendrás crédito.

IV

El silencio del miedo no es silencio,
es un ruido invisible, tan difuso
que acostumbra a pasar inadvertido:
otros ruidos lo borran. Y otras vidas,
alejadas del miedo, no ven nada,
y a otro sitio miramos, no queremos
que el miedo de los otros nos confunda.

El silencio del miedo se diluye:
la música del mundo, ruido crónico,
lo ocupa todo y lo enmascara siempre.

V

Aves de paso rozan este cielo
tan sucio de noviembre. Se marcharon
para volver, y vuelven para irse,
no les gusta este clima, van de paso,
cruzan el cielo sin querer quedarse,
o lo cruzan tal vez porque es la única 
manera de evitar la servidumbre
del miedo, o de la historia: son lo mismo.

Y las aves de paso lo perciben
y, lúcidas, remontan y se alejan.


LA INOCENCIA DEL MIEDO

Parecerás culpable cuando dudes,

cuando cierres los ojos, o no mires.

Parecerás culpable cuando corras
por las calles en medio del bullicio;
si te escondes temblando en la cuneta,
si tropiezas y caes, si te desmayas.

Nadie dará su mano a los caídos
cuando sean inocentes, cuando busquen
tranquilidad, distancia, desafío:
parecerán culpables cuando huyan.


LA ARENA DESNUDA

Arena impura, manchada
por el mar de la desidia,
transita de un sitio a otro,
sin entusiasmo. Desnuda,
se deja llevar del aire
como si fuera ceniza.

No tiene peso, parece
ingrávida, tan ligera
que no levanta recelo.
De un sitio a otro, mojada
o seca, no tiene nombre,
tampoco tiene guarida.

Fue alguna vez una roca
la arena que ahora pisamos.
Hace tiempo que se fue,
prefirió ser fugitiva
a seguir siendo partícipe:
se entregó al viento y al agua,
no pudo ser tierra firme.


MONTAÑAS DE ARENA


Hace tiempo que miras las montañas de arena
sin saber lo que guardan. Miras cómo se extienden
sus dominios y miras también la superficie
voluble de las dunas: sabes que saben algo,
sabes que no lo dicen. Están mudas o ciegas,
han perdido su origen, y se mudan despacio,
y no cambian de sitio.

Las montañas de arena son montañas de vida
quebrada. Su silencio se volvió necesario
para que el mundo fuera capaz y vanidoso.
Pero la arena pálida que mancha los caminos
es un rastro indeleble: lo pisamos y cruje,
y seguimos andando sin encontrar el nombre
que nombra o califica.

Las montañas de arena, almacén de ceniza
donde el miedo envejece. Las montañas de arena
y su humilde mecánica: mirar dónde te paras,
pensar cómo se llega.

[De El desierto, la arena (2006)]


HABLANDO EN EL RÍO AGUAS BLANCAS


Mira cómo parece que se mueve esa piedra
bajo el agua, parece que quisiera salir,
y no se mueve, la piedra no se mueve:
sólo se mueve el agua. Mira el agua del río,
mira el río, mira las piedras, fíjate sólo en esa
que parece que busca marcharse con el agua,
llegar al mar tranquilo, a otro río más grande,
lejos, muy lejos, tan lejos que volver
se volviera improbable. Mira cómo se mueve
la piedra más oscura, mírala, ¿no la ves?,
la piedra quiere irse y el agua no lo sabe.
Mírame y no te vayas sin llevarla contigo,
que una piedra no estorba: si es menuda,
en tu equipaje ocupará muy poco espacio.


EPIGRAMA

Cuando llego a la casa y en la casa no estás,

en la casa estoy solo:
solamente estoy yo.

Y si llego a la casa y en la casa estás tú,
en la casa está el mundo,
y en el mundo, los dos.


SALIENDO DEL CINE



Al salir a la calle, por la noche, del cine,
un frío inesperado nos hace tiritar,
y buscamos el coche en medio de otros coches,
y entramos muy deprisa, buscamos el calor,
nos ponemos a hablar de la película.

Llegamos a la casa, tú me ofreces un ron,
y seguimos hablando: los actores, el ritmo,
una historia confusa que comienza a ser clara,
el sentido de un beso, la palabra omitida,
ese plano que ha ido repitiéndose tanto.

Cuando vamos al cine lo mejor no es el cine,
lo mejor viene luego al hablarlo contigo.


PASEANDO EN EL MALECÓN DE LA HABANA

Paseamos despacio, pero no muy despacio,

y una especie de lenta magnitud nos invade
al mirar las ventanas que aceptan que miremos
su interior más desnudo: desilusiones, manchas
que no son de humedad, porvenir estancado
y el tiempo que se fue dejando a la intemperie
ruinas, desolaciones, desamparo, mentiras.

Paseamos despacio y a veces nos rozamos
la cintura o el hombro: las palabras no sirven
cuando tienes delante de los ojos un mundo
clausurado, perdido. Parece que estuviéramos
mirando un mausoleo, las ruinas de un país
abandonado y triste como el agua podrida
que ahora enfanga la roca o la playa que aún queda.

Hay una lentitud sin calma en nuestros pasos:
las palabras no sirven, sólo sirven las lágrimas,
y en tu rostro hay una tan pequeña que ocupa
toda la tarde, el mundo, tu corazón y el mío.


EN EL PUENTE DE BROOKLYN

Hemos cruzado el puente que hemos visto

tantas veces y vemos que las fotos
o el cine no resumen una mínima parte
de la vida que late en este sitio,
sitio de paso, puente, fantasía
para borrar el agua o la distancia. 

Hemos cruzado el puente muy temprano,
lo hemos hecho despacio y hemos visto
las noticias y huellas de la gente
que trabajaba aquí, de sol a sol,
persiguiendo un sueño inalcanzable,
borrar el agua, unir lo separado.

Hemos cruzado el puente y no hemos dicho
ni una sola palabra,
las palabras que estábamos pensando:
no hace mucho que otros
lo cruzaron corriendo bajo lluvia de polvo,
amenazas, peligro. 

Lo cruzaron huyendo
y hasta que ves las cosas no se sabe
lo que las cosas son: hasta que no miré
mis pies tranquilos junto a tus pies descalzos,

suspendidos y quietos sobre este mar grisáceo,
no he sabido que el mundo
es un milagro frágil, como el puente de Brooklyn,
como todos los puentes que en la vida hemos hecho.



TUS SANDALIAS ESTÁN EN UNA CAJA

He visto las sandalias que usabas en el Cabo

de Gata aquellos días de agosto o de septiembre:
estaban en su caja y, olvidadas, tenían,
después de tanto tiempo, indicios de un verano
netamente feliz: granos de arena alegre,
huellas de sol azul.

Esta mañana he visto tus sandalias y estaban
esperando que fueras para hacerlas vivir;
pero llueve con furia y al verano le quedan
largos meses de nubes y borrascas. Estaban
tus sandalias tan solas que el otoño se ha vuelto
aduana o presidio, zona de paso, jaula.

Perdidas en el fondo del cajón de un armario
tus sandalias esperan lo mismo que yo espero:
andar sobre la arena, sentir la piel del aire,
que tus pasos nos lleven lejos de aquí mañana.


LAS ALAS DE UN PÁJARO

Pienso en ti cuando miro la belleza

de las cosas minúsculas: las alas
de un pájaro que vuela o el silencio
de una piedra apartada del mundo.

Pienso en ti casi siempre. Pienso en ti
sin saberlo. Voy mirando las cosas,
y cada cosa trae alguna cosa tuya,
y todas juntas son lo que tú me has traído:
movimiento y reposo, la certeza
de saber lo que tengo.

Cuando miro las cosas minúsculas del mundo,
te miro a ti: te miro
cuando miro la belleza del mundo.

[De Poemas a Milena (2011)]

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